CIMATÁN


          Por Eddy Sánchez-DelaCruz



Capítulo 1

El nativo rebelde

"En tus manos, oh dador de la vida, en tu bondad y poder entrego a este mi hijo Ocelotl. Guía sus huellas en la tierra durante muchos soles y lunas, a cambio delas mías."

Malinalli espiaba de lejos el trágico final de su Ocelocoatl. Sabía que su esposo había quebrantado las reglas impuestas por los invasores, a saber:
i) Reverencia y respeto al adoctrinamiento de la iglesia.
ii) Obediencia a los amos.
iii) No protestar, inmaduramente, en el proceso de civilización.
Eran tres reglas sencillas, decían los invasores, que debían acatar los nativos para llegar a ser buenos ciudadanos.

Estaba Ocelocoatl de pie, con las manos atadas, ante un tribunal, para comparecer de sus delitos y pecados. Su ropa estaba sucia y desgarrada. En su rostro se dejaba ver el desgaste de soportar la persecución. Sus pies revelaban la cruel tortura del fuego. En sus ojos, se destellaba la pureza que se obtiene de la aflicción y la esperanza que abraza en ese último momento al que sabe que está condenado a morir.

Las lágrimas cubrían las mejillas de Malinalli. Sabía que la suerte de su Ocelocoatl estaba decidida: no saldría con vida de aquel juicio. Malinalli lo contemplaba todo de lejos, escondida en la maleza con su pequeño hijo, Ocelotl. Ella también estaba agotada por la persecución, pero su dolor era más grande que su cansancio, por eso estaba allí. Sentía que la vida se le escapaba en una bocanada de angustia y al mismo tiempo debía reprimir su profunda agonía para no ser descubierta.

Llevado a cabo el proceso, la sentencia de los jueces fue la horca. Ocelocoatl fue guiado a empujones para ser ejecutada la orden. Los verdugos lo llevaron bajo un gran árbol de chicozapote, la soga estaba ya preparada, la ajustaron en la nuca del nativo y desde su bestia un jinete comenzó a jalar. Ese era uno de los tantos usos que le daban a esa enorme bestia que llamaban "caballo".

Ocelocoatl fue levantado del suelo lenta y letalmente. Sabía que su Malinalli espiaba de lejos, por esa razón apretó con todas sus fuerzas la mandíbula y endureció su cuerpo, para no retorcerse, pues de esa manera el espectáculo sería menos horroroso ante los ojos de su amada. Malinalli tapaba la boca del niño con su mano para no ser descubierta, pues el pequeño al ver a su padre colgado, lloraba...

Y corrió..., corrió Malinalli a través de la maleza, llevando en el regazo a su hijo. Gruesas lágrimas bañaban sus mejillas. Lloraba de dolor al recordar los momentos felices que había pasado con su Ocelocoatl antes que llegaran los intrusos en sus grandes y espantosas canoas. Lloraba porque tenía miedo que mataran también a su pequeño. Lloraba porque la paz se había terminado en su pueblo, y es que casi todos los invasores abusaban del poder que les conferían sus nuevas leyes. La media noche la alcanzó cuando llegó corriendo a la ciudad de Cimatán. Inmediatamente buscó al fraile del pueblo y fue a refugiarse donde él. Derramó su angustia a los pies del buen fraile Antonio, quien abrazándola le indicó que comiera y descansara. Después de comer un poco, el cansancio la venció, se acostó en una hamaca abrazando a su pequeño y se quedó profundamente dormida. El fraile los cubrió con una manta y los dejó descansar.

Antes del amanecer el fraile despertó a Malinalli y le aconsejó:

-- Debes irte hija, porque si te encuentran los verdugos de tu esposo, también a ti te llevarán a la horca. Pero el pequeño -añadió el fraile- se puede quedar conmigo, yo lo cuidaré.

Sabía ella que no estaba lejos de ser capturada, y cuando eso pasara, también el pequeño podía morir. Por eso, a pesar de sentir que le arrancaban un pedazo de adentro del pecho, decidió dejar a su hijo con el fraile, no sin antes hablar quedamente al oído del pequeño que dormía:

-- En tus manos, oh Dador de la vida -balbuceó-, en tu bondad y poder entrego a este mi hijo Ocelotl. Guía sus huellas en la tierra durante muchos soles y lunas, a cambio de las mías.

Malinalli lloró.

Le dio un beso en la frente a su hijo. El fraile le dio comida para que llevara en el camino. Ella se despidió y se fue. En su mente se repetían las palabras que su Ocelocoatl le dijera en una ocasión mientras pescaban en una canoa en un brazo del gran río, "dos cosas sabias enseña la tierra y aún la tercera parece mejor: honrar al Dador de la vida y a los ancestros, sonreír a la muerte con dignidad, y sólo hacer que sangre la tierra si en tu propia choza no puedes comer en paz".


Capítulo 2

Infancia de Ocelotl

"Florecía en su mente el saber, cual guayacán se tupe de flores en la primavera. ¡Hermosos pensamientos!"

Pasados varios años después de aquella noche en que Mallinali abandonara Cimatán, el fraile Antonio estableció una pequeña escuela en el pueblo. Allí los nativos mandaban a sus hijos por las tardes, para que les enseñara del catecismo.

Los hijos de los nativos trabajaban en el campo de los hacendados durante el día y a la tarde iban a la escuela del fraile para ser instruidos por sus enseñanzas.

Las clases de catecismo versaban sobre Dios y su naturaleza, la fe de un creyente, la comunicación entre un cristiano y Dios, acerca de Jesucristo el hijo único de Dios, el apostolado y otros temas parecidos.

Era agradable el ambiente de los muchachos con su maestro. Aunque ellos hubiesen preferido quedarse jugando alrededor de sus chozas que ir a memorizar letanías. El grupo de los aprendices era de veintitrés muchachos, todos portadores del vigor y energía que da la juventud, llenos de vida.

Una tarde, el fraile les preguntó:

-- ¿De dónde sale el sol en el día y la luna en la noche?

Uno respondió:

-- Esas lumbreras salen de Dios el creador.

Otro contestó:

--El sol y la luna son los dioses Ak' Kin e Ix U.

Y otro más dijo:

--El sol y la luna son esferas naturales que siguen una ruta de giro predefinida.

Los muchachos se rieron a carcajadas de esa tonta cosa que dijo el último. El joven que había pronunciado eso rápido puso sus manos sobre su boca, como para ocultar lo dicho, pero ya era tarde, el fraile en ese momento entendió que durante las noches el joven, a quien había adoptado como su pupilo, husmeaba entre los libros que trajera consigo del mundo antiguo. Ahora el fraile entendía por qué el rendimiento de ese joven no era como el de los otros muchachos en las faenas diarias del campo, pues se desvelaba por las noches.

Al terminar ese día las clases de catecismo, el joven se fue cabizbajo porque sabía que el fraile le iba a propinar tremenda tunda por haber estado hurgando sus libros por las noches.

Al llegar la hora de la cena estaban el joven y el fraile frente a frente en la mesa.

-- ¿Con que autoridad lees mis libros? -preguntó seriamente el fraile.

-- Perdone usted señor, no volverá a pasar -respondió el joven con la cabeza gacha y esperando escuchar su castigo.

--De ahora en adelante -continuó el fraile en tono serio- regresarás de tus faenas del campo al medio día, comerás y te presentarás ante mí.

Después de cenar se retiraron de la mesa para descansar.

Durante esa noche el joven estuvo cavilando qué clase de castigo recibiría al siguiente día, sentía algo así como miedo y curiosidad juntos. "¿Qué podrá ser..?" En esos pensamientos se fue quedando dormido.

***

Otro largo día de labores transcurría en el campo, pero al joven Ocelotl lo había alcanzado ya el medio día. Se retiró de sus faenas y se fue a casa del fraile, como se le indicó. Al presentarse ante él su corazón comenzó a latir apresuradamente.

-- Ocelotl -dijo el fraile-, siéntate en esa silla y escucha: Desde hoy iniciarás un proceso de aprendizaje que mereces por tu voraz curiosidad.

Ocelotl estaba sorprendido porque esperaba una serie de azotes que, según suponía, rayarían en la tortura. Pero en lugar de eso parece que recibiría algo especial.

-- Jala esa mesa y colócala frente a ti -le indicó el fraile.

Sobre la mesa habían apilados varios libros que el joven ya había hojeado.

-- Ese primer libro trata de Cosmología -dijo el fraile-. De Astrología náutica son los otros dos libros de la derecha. El otro que está al lado es de Historia de la literatura y son varios tomos -le dijo mientras le señalaba los otros volúmenes en un librero improvisado con unas tablas de madera-. Estos otros libros –continuó mientras abría otro libro y le mostraba una serie de signos-, tratan de una ciencia que a mi entender debe ser la base de una buena educación, son de matemáticas.

Desde aquel día el fraile Antonio le impartía clases al joven Ocelotl, quien por las noches tenía licencia de la lectura a su albedrío. Eso sí, cada mañana el joven debía ir al campo a cumplir sus faenas.

Y mientras Ocelotl trabajaba la tierra, ya en la siembra, ya en la recolección o apacentando el ganado, en su mente un nuevo mundo se mostraba. Fluían ideas que no podía compartir con sus compañeros de faena, no podía compartirlas tampoco con sus compañeros de clases de catecismo, lo llamarían tonto. Viajaba en sus pensamientos a otras civilizaciones y se apropiaba de otros conocimientos. Florecía en su mente el saber cual guayacán se tupe de flores en la primavera. ¡Hermosos pensamientos! Ocelotl se sentía libre.

Pasaron varios años bajo ese régimen de trabajo y estudio en la vida de Ocelotl. Los miembros de su cuerpo se desarrollaron, pero más y en forma extraordinaria se desarrolló su intelecto.



Un día en que los jóvenes estaban en clases de catecismo, el fraile preguntó:

-- ¿Qué les dicen sus padres que debemos darle a Dios nuestro Señor?

-- Respeto -dijo uno de ellos.

-- Obediencia -respondió otro.

-- Tal vez Ocelotl -dijo un tercero- nos diga qué le dicen sus padres los libros. Ya que no tiene padres de verdad.

Todos los jóvenes rompieron en carcajadas. Ocelotl se abalanzó furiosamente sobre Acoatl, lo derrumbó y le hizo sangrar el rostro de varios puñetazos. Estaba arto que siempre ese joven lo molestara con sus comentarios hirientes. Intervino el fraile y los separó.

Esa noche el fraile le dijo a Ocelotl:

-- Hoy hijo mío, he decidido que ya no estarás mas conmigo.

Le indicó que arreglara sus cosas porque esa misma noche lo llevaría a otro lugar. Partieron.

Caminaban cobijados por la noche. Ocelotl no decía palabra alguna, sólo seguía los pasos del fraile. Llegaron al fin a cierto lugar y Ocelotl se asustó al ver que estaban en la choza de los padres de Acoatl, a quien él había golpeado en la clase de catecismo esa tarde. El padre de Acoatl salió y habló en secreto con el fraile por largo rato. Ocelotl veía de soslayo que Acoatl, parado en la puerta, lo miraba con ojos de venganza. Al fin se despidieron el fraile y el anciano. El hombre le dijo a Ocelotl que pasara y le indicó una esquina de la choza para dormir. Allí se durmió agazapado esa noche.

Al día siguiente, cuando despuntaba el sol, el padre de Acoatl se fue al campo con su hijo, los acompañó también Ocelotl.

Llegados al monte, el hombre les indicó a los jóvenes el lugar donde ellos deberían realizar sus faenas y les indicó también "el tanto" que debían terminar ese día. Trabajaron los jóvenes duro. Acoatl miraba a Ocelotl con desprecio. Les llegó la noche. Regresaron juntos sólo ellos dos, ya que el padre de Acoatl se regresó cuando terminó la jornada, pero los jóvenes debían completar el tanto para poder regresar.

Así trabajaron juntos cada día por jornadas diarias muy largas. Un día en que labraban la tierra Ocelotl tiró, si intención, un terrón sobre la espalda de su compañero de faena. Acoatl se detuvo de su labor, agarró otro terrón y se lo lanzó a Ocelotl. Ocelotl levantó el mismo terrón que le lanzara Acoatl y le regresó el terronazo. Comenzaron a tirarse palos secos como niños que juegan a las batallas. Se reían al fin los dos. Menguó la enemistad.



Pasados varios meses, una noche en que la bóveda celeste lucía bellamente salpicada por centellantes estrelladas, el anciano y su esposa llevaron a su hijo Acoatl y a Ocelotl a campo abierto. Se oía el canto de los grillos y de las aves nocturnas. Mandaron a los jóvenes que prepararan leña para encender una fogata, mientras ellos clavaban cuatro estacas y amarraban un largo bejuco que formaba un amplio cuadro protector alrededor de la fogata. Les dieron a los jóvenes un brebaje y les hicieron leves cortes en las palmas de las manos, las gotas de sangre las derramaron sobre la fogata. Entonces compartieron entre los cuatro hongos secos con el fin de acceder al mundo espiritual de los dioses. La mujer comenzó a tocar un tambor que emitía una música mítica. El hombre y los jóvenes comenzaron a danzar alrededor de la fogata al vaivén del tambor. Comenzó a recorrer los miembros de los danzantes un éxtasis que los impulsaba, sentían que su voluntad se nutría. Sus mentes se expandieron a un mundo mágico, al mundo de los dioses. Danzaban sintiendo el frenesí del rito.

Luego la música se hizo lenta. Los pasos se retardaron. El tiempo tomó su tiempo. De la oscura maleza salieron dos jaguares que pasaron cerquita de los jóvenes, los acariciaron con los dedos, y los felinos se perdieron a los lejos. Debían los jóvenes, decía la tradición, encontrar en el ritual su destino. Ocelotl y Acoatl recibieron la visión del jaguar, la selva los eligió para ser guerreros.

Cuando el rito terminó, antes de regresar a la choza, la anciana les preguntó:

-- ¿Qué han visto hijos míos?

Después que le respondieran ella añadió:

-- Han recibido la visión del guerrero, cuiden sus pasos durante el sol y la luna. La visión es de gloria y muerte.

Después de pasar muchos soles y lunas, una tarde en que regresaban de la jornada los jóvenes, el padre de Acoatl los veía venir a lo lejos. Miró cómo corrían persiguiéndose uno al otro, reían y gritaban al firmamento. Cuando llegaron a la choza el anciano les dijo:

-- Sea poca su alegría a los ojos de los señores.

Los jóvenes fueron prudentes desde entonces.

Esa noche Ocelotl y Acoatl se quedaron recostados en el suelo fuera de la choza, la luna bañaba la tierra con su diáfana luz. Ocelotl leía en voz alta un pequeño libro que le había regalado el fraile Antonio. Acoatl escuchaba.

-- ¿Ese libro es de las enseñanzas del catecismo? -preguntó Acoatl.

-- No, este libro es de poesía.

-- ¿De qué..?

-- Poesía. Es la forma en que alguien expresa de forma escrita, siguiendo algunas reglas de redacción, sentimientos elevados por algo o alguien a quien está ligada su alma.

-- ¿Te refieres a una mujer?

-- Puede ser...

-- ¿Para conquistarla?

-- Digamos que sí.

-- ¿Y eso qué tiene de interesante? Mejor es que los padres pacten un acuerdo para que los hijos se junten y ya... Pero a ver, lee más de eso.

Ocelotl leyó algunos versos.

-- ¿Tiene eso que ser tan palabrero? Además, algunas cosas ni se entienden.

-- Lo sé amigo, para entender algunos versos se necesita investigar en otros libros. Se hace tediosa la lectura.

-- Vaya, parece que tú te estás volviendo poesía, hay cosas que dices que no entiendo. Eres tedioso... –dijo Acoatl riéndose.

-- Lo que quiero decir es que la poesía no debe tratar de ocultar lo bello sino exaltarlo. Muchos poetas, según leo, se vuelven abstractos y muchos otros lo aplauden. Mal. No hay que ser egoístas. La poesía debe ser accedida por mentes menos preparadas. Tal vez así el poeta contribuya con un hilo de luz. En fin, algo simple no debe explicarse con algo tan rebuscado, al grado que no se entienda.

-- Mmm... Ya te pareces al fraile Antonio hablando de esas cosas que no se entienden mucho y aparte ni se ven.

-- ¡Ja,ja,ja! Así es. La poesía, al igual que la fe, no se puede palpar, pero está ahí, sublime.

En esas charlas se les fue la noche y poco a poco el sueño los dominó.

Ocelotl abrió de pronto los ojos y miró la tierra árida y partida. El sol estaba alto. Un galope de caballos lo hizo levantarse y sorprendido miró a su madre que corría para no ser capturada por unos jinetes que la perseguían. Pero la alcanzaron, se abalanzaron sobre ella y sin piedad la apuñalaron. Se asustó sobremanera Ocelotl y corrió hacia su madre recordando que a su padre lo habían ahorcado esos mismos verdugos. De rodillas, lloraba abundantemente, abrazando el cuerpo de su madre que agonizaba.

-- Es él -dijo una voz tronante-. Es Ocelotl, hijo de Ocelocoatl.

Se acercó la voz:

-- ¡Ocelotl! ¡Ocelotl! Levántate...

Abrió los ojos y era el padre de Acoatl que les decía:

-- Mañana deben ir a trabajar, vengan ya a la choza a descansar.


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Estimado lector, si has llegado hasta aquí en la lectura de esta obra, significa que, de alguna manera, te ha trapado. Es mi deseo que sepas que un servidor tiene un sueño: que Cimatán sea llevada a la pantalla. Por ello te invito a compartirla hasta que llegue a alguno de mis cineastas favoritos, a saber, Alejandro González Iñárritu, Alfonso Cuarón o Guillermo del Toro.
Sí, ya sé que al sincerarme y desnudar mi corazón, me expongo a la burla y el ciber bullying. Seguiré siendo positivo a pesar de...
Si te has preguntado sobre la segunda parte de esta historia, debes saber que se llamará Pechucalco, ¿quieres saber más?